miércoles, 8 de mayo de 2013

Ir, pero no para volver


Estaba harto del mundo que me rodeaba y me dejé caer.   Bajo mí notaba el tacto suave de la alfombra sobre la que había caído mientras miraba el techo de mi habitación con todas las fotos y demás recuerdos que había colgado en él. La música se hacía suave, más y más suave a cada momento, mis ojos dejaron de ver y mis brazos cada vez pesaban menos, era todo más ligero, como si ya nada soportara mi peso, ya no notaba el tacto de la alfombra ni el calor de la habitación, como si hubiera desaparecido todo. Una suave brisa me rozaba la piel, algo que me daba sensación de movimiento, no sabía si estaba flotando o cayendo al vacío, pero nada me sostenía. Todo era oscuridad, salvo algunas luces blancas y rojizas que podían pasar a través de mis párpados. Seguía cayendo, o flotando... No sabía que estaba pasando, pero me gustaba, era como si el mundo que tanto odiaba hubiera desaparecido, de él sólo quedaba una mínima parte, un breve susurro de música que podía llegar hasta mi oído, suave y tranquila, era como si quisiera acompañarme a donde quiera que fuese. De repente dejé de sentir, nada, no había brisa que me rozara la piel, ni música que acariciara mis tímpanos, todo era oscuridad silenciosa, como si alguien le hubiese dado al interruptor de "OFF". Habían arrancado de un tirón los cables que podían conectarme al mundo que quería abandonar, haciendo que casi me olvidara de él por unos segundos.



           Mis brazos volvían a pesar, supongo que  mi conciencia estaba volviendo a mi cuerpo, por un momento me asusté, pensé que el "sueño", o lo que quiera que fuese, había terminado, pero no, comencé a sentir el tacto en los brazos, esta vez no era el de la alfombra, no era suave, sino algo áspero y rígido que crujía cuando hacía un mínimo movimiento, como si estuviese tumbado sobre un montón de miguitas de pan secas. Abrí los ojos y pude ver que estaba tumbado sobre un montón de hojas secas, pero no hojas como las que hasta ahora había visto, estas eran de colores vivos, no sabía que podía haber tantos colores y tan bellos como los de aquellas hojas, era como sin no fuesen del mundo que conocía, como si estuviese en un nuevo mundo, o eso parecía.

          Suspiré, sonreí y volvía a cerrar los ojos, aquello era precioso, pero seguramente era un sueño que desaparecería cuando los volviera a abrir. Aún con los ojos cerrados, oía una suave brisa que rozaba las ramas de los árboles haciendo una especie de silbido algo musical y sentía el calor de unos potentes rayos de sol que aterrizaban en mi cara. Volví a abrir los ojos y sí, seguía allí, todo parecía real, me levanté y fui a tocar los árboles, también de colores, los sentía, todo debía ser real... ¿De verdad había conseguido librarme de mi mundo?

         Comencé a correr, supongo que por felicidad, era una de esas veces que estás tan feliz que no puedes parar de correr, saltar, brincar e incluso rodar por el suelo como una croqueta, no sé, estaba más vivo que nunca. A mi alrededor los árboles de colores se iban alternando, eran mucho más bonitos que los que podías encontrar en el lugar más bello de mi viejo mundo. Me encantaba ese lugar, no podía evitar ir mirando todos los detalles mientras corría.

        Paré, sonreí, cerré los ojos, abrí los brazos y me dejé caer para atrás en aquel inmenso colchón de hojas que nunca parecía acabar y sí, caí, caí, caí y no paraba de caer, todo volvía a ser silencio, ya no oía el silbido del viento, ni las ramas de los árboles... Nada. Abrí los ojos asustado, no me podía creer que hubiera perdido de vista aquel sitio, yo no quería dejarlo. La luz, que había desaparecido por completo, se fue haciendo visible y pude volver a ver el techo de mi habitación sobre mí de nuevo. También podía sentir otra vez la alfombra en mis brazos, tumbados en el suelo. La música se oía con fuerza otra vez... Había vuelto otra vez a mi odioso mundo, creía que había conseguido librarme de él, pero no... Seguía allí.

       Salí al balcón para asumir que era cierto, la sociedad seguía igual de ajetreada, no paraba, estrés, prisas... Igual que siempre. Las personas parecían hormigas desde aquella planta, hormigas de chaquetas grises que corrían con sus maletines en busca de la miga de pan más grande, como si no hubiera mañana. El ruido de los coches, el humo, un cielo gris que aprisionaba a la ciudad, candado sin llave... Otra vez estaba allí encerrado, no podía soportar ese ambiente de animales que hablan, ese mundo no estaba hecho para mí... o, quizás, yo no estuviera hecho para él, no lo sé, fuera como fuera, yo no quería seguir en ese mundo de ninguna forma, yo quería el mundo de hojas de colores sin ruidos fuertes, sin estrés innecesario, sin humos, sin cielos grises... Aquel mundo era perfecto...

       Volví a mirar abajo desde barandilla fría del balcón, la gente no paraba y yo... Sonreí, me di la vuelta, cerré los ojos, abrí los brazos, y me dejé caer hacia atrás... Para caer en aquel inmenso colchón de hojas de colores.